José Ramón Sierra

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Las formas de la Casa-Fénix. Sevilla. (Divagando por mí) 2
Las formas de la Casa-Fénix. Sevilla. (Divagando por mí) 1
Las formas de la Casa-Fénix. Sevilla. (Divagando por mí) 1

1 Las formas altas, estrechas y largas

Los tiempos de transformación de la casa y de la calle no suelen coincidir: mientras una permanece vigía, la otra se transmuta abierta o secretamente, hasta quizá disolverse por completo en la nada momentánea de la reforma, para resucitar a continuación, una vez más, en la aparente presencia altiva y fuerte que conviene a la aspiración inmortal de la arquitectura y a su inmediata condición de vigilante de la metamorfosis de la otra (la casa, la calle).
Esta eternidad está compuesta de infinitas nadas reformatorias unidas por infinitos, más unos estados de vigila, guardianes de la continuidad esencial de la ciudad, rota tan sólo por los desastres mayores: las inundaciones, los terremotos, las guerras; rupturas repentinas y brutales, naturales, del orden artificioso de las oficiosas (burocráticas) demoliciones de las transformaciones sinuosas.
La calle en Sevilla es una serpiente de barro.
(La calle en Sevilla es una sierpe de arcilla).
Flexible, moldeable, casi viva. A veces tersa, como la misma idea del camino diligente de la que en realidad procede, sin distraerse ni pararse, y a veces sinuosa y laberíntica, dócil gusano de revueltas caminante sobre la piel impuesta por la manzana hinchada de casas. Otras veces la calle se ensancha empujando las fachadas hacia dentro, rebanando las primeras crujías o deshaciéndolas o trastocando por completo los interiores domésticos, en los que desaparecerán primero los elementos más sutiles y delicados: las entradas antiguas, los espacios vacíos…
Otras veces, la calle, quieta, aletargada, ha renovado poco a poco la forma de su piel completa, sin cambiar la forma de su trazado ni las formas de su sección. Anchos estrechos con bajos cercanos al caminante en el que moldearán la forma doméstica de la calle, y altos lejanos cuya percepción lo convertirán en paseante atento a la arquitectura de la ciudad. Altos o bajos muros de fachadas enfrentadas al abismo del camino, antes ajenas y después asomadas sobre el mismo, vigilantes.
Formas difíciles de expresar: alzados destructores del espacio urbano, envolventes inaprensibles formadas con la sucesión aleatoria de los límites de cada recinto, de cada habitación. Cornisas, molduras, aristas inapreciables. Todos de dudosa geometría para formar la luz.

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2 La forma de la sombra

Es una de las formas esenciales en toda aquella arquitectura para la que la luz es adversaria, peligrosa o dañina. No un bien escaso que haya que capturar para administrar con prudencia y cuidado, sino un mal abundante que debe ser mantenido a raya. Arquitecturas trampas para la luz (como plantas carnívoras de insectos), y arquitecturas fortalezas ante la luz. Unas, atentas a la aparición de cualquier raro destello para atraerlo engañado, atraparlo, exprimirlo y finalmente dejar que exhausto se desmaye en un cuarto oscuro (exactamente en el cuarto más oscuro); otras, empeñadas, por el contrario, en conformar un sistema de defensa al enemigo insustituible y necesario, domeñandolo, despiezándolo en trocitos, tamizándolo en cedazo y quebrando su camino chocándolo en paredes pulidas, aparentemente (basta que la luz lo crea), como el acero, o consumiéndolo dulcemente en paredes oscuras y suaves como el terciopelo.
Huecos (ventanas) lucívoros y huecos lucífobos.
Luces distraídas, anodinas, indiferentes (inocentes), como ajenas a los materiales de los que está construida la arquitectura. Otras, por el contrario, partícipes de todas las intenciones y actores en todas las estrategias de la misma: luces prisioneras, arrastradas, estiradas; luces agresivas, entrometidas, transgresoras. Luces de colores. Luces opacas, lechosas, y luces transparentes. Teñidas.
Pero la forma del hueco no es la forma de la luz (como si la luz fuera plástica). Ni la forma de la luz es la forma del recinto que la contenga (como si la luz fuera líquida), ni la de los objetos iluminados, maquillados por la luz.
Otras formas domésticas de las luces sevillanas: la penumbra más o menos profunda, incluso en relación con las luces contraídas, derramadas y tamizadas por la calle estrecha y hendida. No penumbras mortecinas ni agostadas, sino potentes penumbras contenidas donde las sombras alcanzan su condición radical de redefinidoras del espacio, enlazando dimensiones, marcando y diluyendo aristas y contornos en el surgimiento de una realidad sensorial distinta y cambiante; la reverberación parpadeante de minúsculos brillos divididos y repartidos en el chisporroteo sobre superficies bruñidas, vidriadas, esmaltadas, casi invisibles; luces teñidas, doradas y oscuras, no naranjas ni agrisadas.
Luz fría de los días nublados, donde mejor se perciben los verdes distintos de los que están hechas las formas del jardín.

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3 La forma de la aspidistra

Uno de los tópicos recurrentes más propios de la elaboración folcloricista de los creadores del estilo sevillano, después banalizada en la de la Sevilla eterna, ha consistido, y consiste, en la sobrevaloración del papel del jardín en la conformación de la arquitectura doméstica, que a continuación heredaría, con mayores ardores, si cupiese, respecto a la consideración del patio como alma y núcleo de la genuina casa sevillana.
Sólo cabe entender el concepto de casa sevillana como el de una larga evolución sin sentido progresivo de perfeccionamiento, sino más bien de deterioro y envilecimiento arquitectónico. Y su punto de partida no puede ser otro que una presentida y casi mitológica urbanidad compuesta de dos factores esenciales: la desmesurada extensión del último recinto murado, activo durante ocho siglos, y la semejanza de su caserío interior con el exterior de su entorno rural, tan rico en colonizaciones agrarias.
Tal evolución vendrá marcada, a su vez, por dos circunstancias claves: la progresiva, aunque plena de altibajos, ocupación y densificación del suelo construido, a partir del antiguo, muy poco edificado, y la aparición, durante el siglo XIX, de una nueva clase media, casi burguesa, que deberá elaborar, con los restos del naufragio, una arquitectura doméstica propia: la casa media (casa-patio).
Curiosamente, en la recreación alvarezquinteriana están presentes todavía, mezclados, recuerdos del patio III (tardo-barroco) y evidencias del IV (pequeño burgués o medio), pero el uso paradigmático que se postula (estar al fresco de la sombra) se verá poco a poco contradicho y finalmente imposibilitado por la obstinada tendencia a convertirse en escaparate de la casa hacia la calle, es decir, en signo externo, en apoyo de la nueva fachada o incluso, a veces, en corrección de alguna antigua, como resultado de la exigencia exhibicionista, de presencia reivindicadora de las nuevas clases, y finalmente se erigirá en emblema casi absoluto de la sevillana más practicante.
La aspidistra se convertirá, al final, en residuo solitario y resumen de tanto enverdorecido pasado. Una planta extraña, bellísima y melancólica, con forma antigua y misteriosa, de verdes sobrios y profundos. Un poco egipcia, aunque de un hieratismo centralizado, de revolución, pero que igual pudo ser encontrada en alguno de los patios secretos y umbríos de Monte Albán. Planta de maceta grande, afín a su geometría, y nunca en arriate.

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4 La forma del agua

Una de las formas características del agua parecía ser la de su ruido: el agua no debía verse, solo oírse. Casi no importa el comienzo (surtidor), ni el final (sumidero). Importa más el camino. Tenue y quebrada música acuática, sin los artificios granadinos, casi sin arquitectura.
Cultura de la escasez. Formas del agua almacenada: viejos aljibes subterráneos envenenados por el agua de la tierra. Pilones corraleros donde quizá bebieran pretéritos animales domésticos. Albercas caseras, casi estanques de jardín, de riego, de gélida agua verdosa oscurecida por los estucos florecidos de sus paredes, de su fondo perdido, invisible, que parece insondable, donde se recortan, apareciendo y desapareciendo, las formas resbaladizas de las carpas rojas y doradas. En cada uno de los estanques antiguos habita una vieja carpa de un metro y pico de largo, que pocos han podido ver alguna vez y que un día se comió un niño que cayó al agua. Pozos rurales de anchos brocales blanqueados, sin los refinamientos gaditanos de mármol y piedra, con lavaderos, a veces, a su alrededor, en los corrales de vecinos: la forma del agua (no del fuego), centro y seña de la vida de la comunidad.
Otras formas de centro acuático, más geométrico y retórico: las fuentes exentas de patio, más raras en la tradición italiana que en la germánica, y que bien pudieran resultar de un largo y tardío traslado al interior doméstico de representación, de uno de los elementos característicos de la conformación del jardín manierista, a través de su paso intermedio y consolidado por los espacios urbanos, reformando a su vez tradiciones medievales centroeuropeas.
Formas sonoras del agua desprendida de los aleros de teja, acazoletados suavemente sobre el muro, alejando los chorros de la pared, curvándolos y haciéndolos brillar a la luz antes de partirse en la caída. Canalones y bajantes de zinc cruzando el aire como raras y sordas flautas del agua que sonará también al chocar en las arquetas y atarjeas subterráneas. Y formas silenciosas del agua oculta omnipresente: manchas cambiantes en las paredes, en los suelos y en los techos, de cuerpos, nubes y caras rezumando y llorando a veces. Tradicionales desconchones de convento y las huellas de su reparación, maravillosas texturas de los viejos muros sevillanos sin alicatar, inexistentes en Los Remedios. Legendarias goteras.
Formas del agua imperecederas en la memoria: las riadas (con barquitas por la calle y por las Atarazanas).

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5 La forma de los vacíos y los llenos

La arquitectura de la casa sevillana, que aparecía radicalmente vacía y casi desnuda, suele presentarse ahora colmatada de los atributos que le confieren el carácter doméstico y de las señales, más o menos retóricas, en las que acostumbramos leerlos, vislumbrándose así un proceso de redefinición interna basado fundamentalmente en la aglomeración funcional y simbólica del universo de los objetos domésticos, paralelo a aquel otro más genérico de densificación edificatoria al que antes hemos hecho referencia. Tal proceso parece tendente a resolver, en primer lugar, las carencias utilitarias de una arquitectura que procede de un momento pasado, ahora inútil, es decir, su supuesta (a juicio del usuario) adecuación a las formas domésticas de la tecnología contemporánea; en segundo lugar, a cumplir, de manera compulsiva, con las obligaciones impuestas por la seudocultura del regeneracionismo sevillanista, en todo caso incapaz de todo atisbo de comprensión del valor de cualquier vacío.
Tal vacío radical podría ilustrarse bien señalando dos circunstancias fundamentales:
- Ausencia de mecanismos precisos de organización distributiva, más allá de los tres elementales de acceso (puerta-zaguán-patio, si hubiese), subida (escalera) y circunvalación del patio (galerías). El resto de la casa se configura a través de la mera yuxtaposición de sus recintos, susceptibles de ser comunicados directamente entre sí en función de sus condiciones de frontera común; conexiones aleatorias y cambiantes en el tiempo, que implican la incorporación de estancias a los recorridos de distribución.
- Y ausencia de toda configuración y signo arquitectónico que suministre algún tipo de especialización funcional de los espacios, de los recintos, de las formas de la arquitectura. De tal manera que, frecuentemente, esa cualificación viene tan sólo obligada, o tal vez sólo insinuada, por los mensajes emitidos por el mobiliario. Una visita a cualquiera de estas viejas casas abandonadas, sin muebles, nos revela cabalmente el sentimiento de ese vacío radical: vagamos libremente, perdidos, por una sucesión de recintos donde nada en la arquitectura nos indica qué papel jugaba cada uno de esos cuartos en la conformación antigua de la vivienda, qué parte de la vida común o privada contenía cada recinto. Ni siquiera los aseos eran definidos desde la arquitectura, antes de que las redes fijas de entrada y salida de aguas los fijasen a un lugar, poco a poco cualificado; antes, dispersos y móviles por doquier, se encontraban donde paraban por momento sus muebles: palanganas, escupideras, aguamaniles, etc.

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6 La forma de la colmatación

La evolución de la casa sevillana, a partir del contenido primitivo del recinto murado almohade, seguramente semivacío de construcción, parece de continuo presidido por la idea clave de sucesivo ocupación y relleno de esos lugares intramuros no edificados, en un proceso no de expansión física de la casa, sino justo de lo contrario, eso es, de sucesiva y continua comprensión y estrujamiento. Tal proceso es paralelo al crecimiento demográfico de la ciudad, aunque quizá con un sentido progresivo que poco se verá afectado, aparentemente, por los altibajos documentados de una población sometida a los cambios económicos, estragos epidemiológicos y desgracias naturales que tanta veces la abatieron y renovaron (resucitaron).
Todos los cambios significativos que conocemos como partes de tal evolución de la casa sevillana, pueden ser comprendidos como consecuencias de ese proceso general de colmatación y densificación del recinto murado:
- La desaparición de los corrales y los jardines, en los que respiraba la casa antigua.
- El redimensionamiento general de su tamaño, desapareciendo los elementos de dimensiones excepcionales: patios centrales arcados en una o dos plantas y anchos de crujías que requiriesen aparatos constructivos especiales (escudrías singulares en techos de planta baja y artesonados en techos de planta alta).
- La sustitución de la tradicional entrada quebrada por una más económica entrada directa al patio.
- La aparición de un nuevo respiradero en una posición tal que garantice la dependencia sobre él de la mayor parte de la casa: patio central. Y la aparición de otros patinillos sucesivos cuando el alargamiento de la parcela no permite tal centralidad.
- La reducción a anchos mínimos de las galerías de circunvalación, que después serán troceadas y ocupadas por nuevos servicios: cocinas, aseos, etc.
- La formalización de la fachada como una frontera presionada desde dentro, rota y agujereada, casi incapaz de contener el interior constreñido por las medianeras desde el centro de la manzana.
- El aumento del número de plantas, con la aparición de una nueva tercera, primero de servicios, y después vividera.

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7 La forma de la malformación

Quizá las dos consecuencias más dramáticas de tal proceso de colmatación y densificación urbana fueron la progresiva dependencia de la calle y la paulatina desaparición de los espacios libres interiores, con la inexorable transformación de los que quedaron. Ambas hacen referencia, en primer lugar, a los sistemas de respiración de la casa, pero también, en especial el segundo, a la disponibilidad de organización circulatoria, cuestión esta última que, de acuerdo con la aparente evolución del concepto de privacidad doméstica, se revelará clave en el progresivo deterioro de la habitabilidad de la casa sevillana.
Su dependencia de la calle, por otra parte, afectará al número y tipos de los huecos de fachada, pero viene radicalmente condicionada por la forma y disposición de la parcela en las formas generales de la manzana y del viario periférico, convirtiéndose así casi en un dato externo y ajeno. Contrariamente, la necesidad de resolver desde dentro las exigencias de iluminación y ventilación de entrañas profundas e irregulares, con pequeña o despreciable incidencia de fachada, quedaba por completo depositada en posibles pinchazos desde arriba de esa volumetría.
El patio reducido es la respuesta, relativamente reciente, a las demandas de luz y aire, verdadero aunque poco a poco reducido pulmón de la casa cada vez más comprimida y compartimentada, que obligó a tal patio a convertirse al mismo tiempo en corazón, centro articulador, distributivo y circulatorio de la casa. Monstruo quirúrgico y arbitrario engendrado por la necesidad y la escasez definitiva del suelo intramuros, antes sobrante.
Este patio (patinillo) se multiplicará salpicado por el volumen de la casa, en función de las dificultades de su trazado, no alcanzando su profundidad en todos los casos el suelo de planta baja.
Cuando el tejido celular de la casa ha alcanzado el umbral de las máximas concentraciones, comenzándose a arriesgar la habitabilidad de sus componentes (anchos y pendientes de escaleras, dimensiones de galerías, recintos y habitaciones), parece continuar funcionando la vieja y continua tradición según la cual serán todavía los espacios abiertos los que sigan suministrando espacio. Y son así estos frágiles órganos, ya exhaustos, los que, culminando un destino particularmente desgraciado en la evolución de la casa sevillana, originen finalmente el colapso histórico del organismo completo.

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8 Las formas de la historia

Existen al menos dos formas a través de las cuales se percibe la presencia radical de la historia en la conformación de la casa sevillana.
La primera de ellas es el entendimiento de tal conformación como la sucesión a lo largo del tiempo de distintos modelos de asentamientos domésticos, siempre relacionados con los momentos económicos y culturales de la ciudad, pero sobre todo relacionados entre sí a través de dos sistemas de conexiones; uno, diacrónico, compuesto, en esquema, de un desarrollo evolutivo de continua transformación del modelo precedente; otro, sincrónico, caracterizado por la coincidencia, en cada momento, de modelos correspondientes a momentos anteriores, dotados de tan notable inercia histórica que permite en ocasiones, después de aparentemente existentes, la resurrección o restauración tipológica de modos y maneras ya desaparecidas. Esta primera forma parece corresponder, por otra parte, con uno de los sentimientos ciudadanos oficiales más activos: la creencia en las resurrecciones o en la irrelevancia de la muerte, en la Sevilla Eterna siempre igual a sí misma en la estrategia paralizante de la cultura de la conservación, pestilente reducto de ignorancias, de pretenciosas mediocridades cuando no de simples o complicadas malas ideas.
La segunda de tales formas sería la evidencia arqueológica, pero también meramente doméstica, de que dicha conformación raramente se produce, en la producción más o menos concreto de cada modelo, como acto relativamente autónomo y definido en su principio y en su fin, sino más bien como sucesión desarticulada de actuaciones parciales y frecuentemente contradictorias, en todo o en parte, entre sí. Ese historial de intervenciones con solapes, coincidencias e independencias cabalmente arbitrarias, por su misma parcialidad dejará indefectiblemente un reguero de variables dimensiones de restos residuos pertenecientes a los estados anteriores, no tanto reliquias ni muñones, como partes aún vivas que serán integradas por completo en la nueva arquitectura de ellas renacida (rehecha). Ahora, no restaurada (como antes). Rehabilitada, reformada. La casa nueva construida con las partes de las casas anteriores que la misma casa fue.
Pero, en definitiva, esta mágica relación entre lo viejo y lo nuevo, unidos en una íntima y esencial convivencia, es justamente una de las partes esenciales de toda verdadera arquitectura, donde cada gesto, cada artefacto, está destinado a destruir, cambiar y modificar los equilibrios anteriores, sean también artificios o aún residuos de alguna naturaleza.

1994  SIERRA DELGADO, José Ramón: "Las formas de la Casa-Fénix. Sevilla. (Divagando por mí)”.
En AA.VV.: Acerca de la Casa.
Consejería de Obras Públicas y Transportes, Junta de Andalucía. pp. 105-113.