José Ramón Sierra

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LA VIÑA. SITIOS Y LATIDOS 2

Un mismo trozo de tierra vacía eran la v

Un pino derecho y uno torcido, disueltos en el contraluz de los eucaliptos casi negros. Negro pero liviano y aéreo como un telón de encaje. En el cuarto, el largo y bajo pretil de la pila de los patos, justamente aquí más alargado, marca como un blanco relámpago caído en el suelo la penumbra de la hora. Otros puestos de observación han quedado desperdigados sobre la viña, residuos de cada uno de los puntos de vista utilizados, en los que fue necesario disponer una torre ligera que mantuviera de pié cada tablero. Otra cabaña ha guarecido los despojos en barro de otra parra alargada y puntiaguda, todavía de incierto destino. Dilatado y complejo modelado in situ comenzado en octubre, en el esplendor de la uva, antes de la vendimia, durante un otoño de lluvias continuas, luchando cada día contra la llegada del invierno que amarilleó y arrugó las hojas y se las llevó para siempre. Ahora solo quedan las cepas, ya podadas, que, cuando el trabajo se abra a Silos, se abrirán también ellas, en eco lejano y latido acompasado, al milagro de la primavera.

Grandes dibujos en grisalla, friso envolvente, verdadera pared que se abre y se cierra ante nosotros, como los frescos en los conventos antiguos andaluces y mejicanos de las capillas abiertas al campo. Donde los trazos de cisco arrastrados por el trapo van construyendo los componentes de esta manera de ver el mundo. El aire de la Jara hecho polvo de carbón en nubes de neblina, velando y descubriendo figuras, borrando perfiles, perfilando aristas, construyendo los espacios de esta vida. La madera quemada dará vida nueva a cada tronco, a cada hoja, con los tonos exactos de la mirada que los agrisa. Sabemos que ni la línea ni el negro existen en la naturaleza. Ni el blanco. Los fugaces reflejos de luz, como aquellos que fijan los primeros términos sobre las parras más próximas, están marcados con leves trazos de témpera. Difíciles grises profundos que negrean y transparentan ocres en las espuertas marcadas con las blancas letras de los vendimiadores.

No creas que estas experiencias o recuerdos sean necesarios para la comunicación con esta obra que aparecerá en plenitud en un sitio tan distinto, tan lejano. Estos dibujos y bronces no permiten ser limitados al territorio precario de sus motivos. Más bien al contrario, estos pagos pertenecerán ya para siempre, como parte de su pública identidad, al territorio personal construido por la autora. Un territorio subcutáneo de extraordinaria fecundidad que alumbra y alimenta esa obra, dándole el ser y el cuidado. Un territorio liviano y difícil, configurado por trayectorias recorridas en ida

y vuelta, una y otra vez, entre sitios de llamadas reiteradas, repetitivas, de leves paradas entre la llegada y la partida, sin tiempo de descanso al sentimiento. Sitios banales y cotidianos, ajenos a cualquier sentido del espectáculo, de la excepcionalidad, de lo extraordinario. Lugares, por el contrario, de silencio, como el espacio del bronce de la mesa con uvas, con un papel de dibujo y la cinta de medir. Es el mismo sitio del Santo Domingo ante las piezas de la maqueta y de la pared del fondo cuelgan las uvas maravillosas del otro óleo. Es la misma pared que soporta los eucaliptos que dan sombra a los patos que picotean las uvas de las cestas en el suelo. Es el mismo sitio de otras presencias, tantas veces entrevistas en obras anteriores y en obras por venir.

Esta obra no trata de estos sitios ni de los objetos que los pueblan. No trata ni retrata paisajes, ni retratos ni interiores. Aquí no hay cuerpos sólidos solitarios. Trata de una viña misteriosa que solo la autora conoce y que poco a poco nos desvela desde hace tiempo; una viña cercana y cotidiana, donde se oyen más fuertes los latidos, sin linderos, ni límites, ni lugar conocidos, entre dos eses del camino, entre Sanlúcar y Silos.

2007  SIERRA DELGADO, José Ramón: "LA VIÑA. SITIOS Y LATIDOS"
Carmen Laffón en Silos. La Viña. pp. 14-17.