José Ramón Sierra

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Arquitecturas corraleras 2

RAICES

Después de ya tanto tiempo, siguen siendo para mí casi un misterio las razones de mi viejo y mantenido interés por la arquitectura popular y rural andaluza. No tengo memoria de cómo ni cuando comenzó esta afición, pero sé bien que es de orden sentimental y emotivo, casi ajeno y reacio a los cálculos de razón, y también sé muy bien que ha reforzado mi ya sólida y antigua condición de muy rarissima avis entre los arquitectos y artistas de mi generación y de mis entornos profesionales y académicos. Una extraña y solitaria pasión que no era moderna ni posmoderna, ni parecía histórica ni patrimonial, ni hippie, ni posindustrial, ni siquiera contracultural.
Popular y rural. No son la misma cosa, ni son cosas por completo diferentes. Son difíciles de definir por separado y difíciles de perfilar contra vecinas y similares. La cultura pop del siglo pasado vino, sin duda, a complicar y enriquecer más, si cabía, la situación. Cultura de masas, culturas de clases, cultura del pueblo, arqueología industrial, publicidad, comunicación y propaganda, desarrollo y migraciones, etc., son herramientas dispares e imprescindibles de entendimiento de esa realidad amplísima y fluctuante que ha constituido, durante siglos, las formas de vida de este lugar, a veces casi centro, y tantas veces casi perdido del mundo, el hábitat de la gente en Andalucía.
“El andaluz tiene la maravillosa idea de que le ha favorecido una suerte loca” 1 (O).
Esta arquitectura popular y rural, nacida del campo como las flores silvestres, barata y de poca especificidad funcional, pobremente construida y sin los estigmas que el XIX fijó en cada sitio como signos de urbanidad, no interesaba a nadie y realmente a nadie interesa ahora. Ni a arquitectos, ni a académicos, ni a políticos. Lo más interesante de todo es que ni siquiera interesa a los herederos de la gente que la inventó, que la construyó y que la vivió, disfrutándola y padeciéndola. De manera que, desde un punto de vista práctico, prácticamente nada parece abogar por hacer un problema alrededor de ella y estas publicaciones de la Junta de Andalucía solo serán, para los prácticos, una romántica mirada de adiós, quizá incluso peor aún, teñida de nostalgia. Una prueba que avalaría esta aparentemente exagerada y catastrofista afirmación es que en tiempos donde la conservación ha sido asumida como supremo y, a la vez, casi único criterio de tratamiento patrimonial, y sus obscenas secuelas disciplinares (restauración, difusión, interpretación…) asumidas como recetario canónico universal, esta arquitectura de la que casi todo estaba hecho, es la única que sistemática y cuidadosamente ha sido arrasada y sus huellas borradas

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de cada rincón de la tierra que la parió. De los campos y de las ciudades, de los centros y las periferias, de los pueblos, los poblados y los despoblados, de los barrios y los arrabales. La tarea desarrollada en los últimos cincuenta años ha sido ingente y meticulosa. Casi nada de ella ha quedado en pie y lo poco que queda solo espera, abandonada y vacía de uso y de destino, el final después de una agonía ni siquiera larga. Perfectamente desatendida (y despreciada) por las variadas Culturas de gobierno. Disuelta en el aire. Dispersa, como polvo, en la tierra y el agua de las que nació.

SOLITARIA PASIÓN

Solitario interés nacido en aquellos largos años de escasez y penuria bibliográfica, donde, lógicamente, no alcanzaban las escasas y, en otros sentidos, eficaces muletas editoriales iberoamericanas que tanto significaron en nuestra formación como arquitectos. Afición anterior, creo, al conocimiento de los primeros trabajos realizados ya desde la plena cultura arquitectónica moderna, y no solo desde la Historia o desde solo la Historia del Arte, como fueron, sobre todo, los estudios de Luís Feduchi 2(LF1), los primeros que conocí; y los de mi amigo Carlos Flores 3(CF1); antes de conocer el libro de García Mercadal 4(GM), anterior a los dos autores antes citados pero que yo conocí en tercer lugar y que, en alguna medida, continuaban otras miradas también desde la arquitectura, como las de Teodoro de Anasagasti 5(TA) o Leopoldo Torres Balbás 6(TB1).
Y, sobre todo, anterior a las primeras noticias de las primeras extraordinarias obras de Álvaro Siza en el vecino y callado Portugal, aparentemente ajeno, ¡qué equivocados estábamos! a los panoramas internacionales de resaca de la modernidad.
Entrelíneas, en las cunetas del aprendizaje de la Escuela, quedaron experiencias de interés de la mano de Alejandro de la Sota, alguna de ellas en tierras rurales sevillanas. Y, aunque menos olvidados por la crítica, aunque oscurecidos por su deriva posterior, quedaban, también, los proyectos “naturales” de Coderch, a quién siempre consideré, junto con Gardella, los candidatos ideales, por geografía y atención a los componentes del lugar en la arquitectura, para cerrar, desde el sur, el arco abierto, norteño y tendencioso (luces y sombras, transparencia y opacidad, frío y calor), del Movimiento Moderno. Una revisión, o relectura, o reedición sureña que, en mi opinión, vendría finalmente, hasta el momento, del bravío y contenido litoral atlántico lusitano. Nunca tuve conciencia, en efecto, de una arquitectura popular

portuguesa parecida a la andaluza, sino más bien de otra distinta y peculiar, no exenta de algunos de los exóticos rasgos característicos del país tan vecino y tan distante. Una manera diversa de aparecer y construir el espacio urbano, los modos de incorporar huellas y reflejos de sofisticadas arquitecturas cultas europeas inexistentes en Andalucía, la siempre mantenida referencia orientalista, etc., serían algunos de sus rasgos. Poco después, conocería el modélico Inquérito à Arquitectura Regional Portuguesa, con la presencia, entre otros, de Fernando Távora, y después editado como ARQUITECTURA POPULAR EN PORTUGAL 7(I), que vendría a cuestionar y corroborar tantas cosas, desde percepciones y sensibilidades plenamente propias de la arquitectura contemporánea.

DOS MOMENTOS Y MEDIO.

Quizá algunas de esas razones desconocidas tengan que ver con una procedencia familiar casi rural, nacido y crecido a solo quince kilómetros de la ”gran” ciudad andaluza, en el Aljarafe sevillano, un microcosmos de arquitecturas rurales “urbanas” pero muy escasas arquitecturas rurales agrícolas significativas, donde la gestión del campo se realizaba, y se realiza, desde los propios núcleos de habitación. Una distancia adecuada para descubrir que la gran ciudad no era sino un pueblo grande construido con los mismos o parecidos materiales, donde, a diferencia de otras ciudades andaluzas de arquitecturas decididamente urbanas, como Cádiz o Almería, no se produce nada especial, más allá del laberíntico viario islámico heredado, con que construirse. Donde no consigue llenar su gran recinto amurallado hasta el siglo XIX y donde su tejido está configurado por una arquitectura doméstica parecida a aquella de la que estaban hechos los pueblos y la dispersa por su entorno. Una ciudad no hecha de palacios ni de casa-palacios ni de casa-patios.

“De los ranchos bajaba la gente a los pueblos; la gente de los pueblos se iba a las ciudades. En las ciudades la gente se perdía; se disolvía entre la gente.” 8(R1)

En las formas de esa arquitectura urbana y rural, no quedaban, sin embargo, apenas rastros de ninguna especialización funcional. Después he conocido en La Habana reutilizaciones de grandes palacios en peores condiciones, donde de noche se extiende el colchón donde de día se come y se está. Y el agregado cultural de la Embajada de España en Praga vivía en el esplendoroso rellano de la escalera principal de un enorme palacio barroco. Y Enric Miralles propuso a sus alumnos de

Harvard el ejercicio: “Lugares de mis arquitecturas donde se puede dormir”. Como si el factor funcional no fuera sino un fantasma nacido de la ortodoxia de la modernidad, al que ya pudiéramos disparar.
Parece como si hubiera motivos eternos, que aparecen recurrentes una y otra vez, independientes de lugares, de momentos, de dimensiones, como si realmente pertenecieran más bien solo a la mirada del espectador que los vive o los observa. Toda esta arquitectura rural andaluza que ahora se mira a sí misma vacía de sus originales destinos agrícolas y perdida entre un entorno ya ajeno, a veces de inmensas superficies de viviendas adosadas, parece ofrecerse a cualquier otro uso que la quiera comprar. Celebraciones sociales que requieren espacios grandes y vacíos y usos hoteleros han sido, hasta ahora, frecuentes destinos. En el camino, a veces en detalles que parecían intrascendentes, queda perdido lo esencial de una arquitectura, a pesar de las apariencias, frágil y delicada.

MIRAR Y VER. SENTIMIENTOS

Una mirada atenta, ajena y simpática, llena de presentidas resonancias fue la forma de mi tesis “Introducción al Análisis Formal de la Arquitectura Doméstica Popular en Sevilla”, que me permitiese enlazar el interés por mi ciudad con la disciplina de la que me ocupaba en la Escuela y con la arquitectura que me parecía la clave de su desarrollo histórico y urbano, alcanzando a establecer, de esa manera, una especie de espejo donde identificar fenómenos comunes al entorno andaluz.
Como ocurrirá en el campo, la aparición de la casa romántica urbana, enunciada como propia de una incipiente burguesía profesional que no encontraba, en las arquitecturas existentes, ninguna en la que depositar la imagen urbana requerida como clase y que, por otra parte, se debía obligatoriamente corresponder con el momento en el que, por primera vez, había sido completado el gran recinto murado de la ciudad, que originó nuevas tipologías domésticas en las que la densidad era protagonista y dando lugar a elementos espaciales que, a partir de entonces serían ciegamente presentados como paradigmas de la “eterna” casa sevillana: pequeño patio central, entrada recta y transparente desde la calle, aparición de la simetría como elemento compositivo de fachadas y uso de la ventana, cierro y balcón como componentes de su pública presencia. La casa que interesaba estudiar era bien distinta. No era creación burguesa, por muy recreación como esa creación pudiera intentarse explicar, sino popular.

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Era la casa “anterior”, ya en ese tiempo “intemporal”, “indatable”, que había ido transformándose a través de tantas vicisitudes, de tan pocos altos y tantos bajos históricos, desde antecedentes islámicos donde las raíces romanas quedaban disueltas en equilibrios problemáticos y preguntas no respuestas 9(ROM-FEZ). Era la arquitectura que configuraba masivamente un tejido urbano donde todavía podían encontrarse algunas venerables reliquias de casas de una sola planta, y en el que se insertaban como singulares excepciones los grandes patios “a la italiana” de las casas principales de la nobleza, de los conventos, de los corrales de vecinos.
Era la misma arquitectura con la que estaban hechos los pueblos de alrededor y gran parte de la arquitectura rural de la zona. Arquitecturas donde la alta densidad no forma parte de sus condicionantes, sino todo lo contrario. Paradójicamente, arquitecturas de bajísima densidad, aunque la densidad pueda ser considerada, por principio, elemento esencial de la ciudad, dándose forma al misterio de una ciudad hecha de campo, donde lo rural y lo popular asumen una rara y peculiar simbiosis. Por eso es una arquitectura sin fachadas, sin relación con el espacio público: respira y late a través del corral interior o trasero, después, a veces, devenido jardín. Las tapias altas de los cortijos y las haciendas eran las mismas tapias que se acercaban para hacer la calle.
La huella islámica antigua, derivada del mandato coránico de que la casa será un santuario, en otros sitios mantenida a pesar de altísimas densidades, como en el ejemplo supremo de la Medina de Fez, es todavía una experiencia latente. No solo formas. También luces y sombras, olores y latidos. Pero es difícil no sentir otras presencias más antiguas, aunque igual de esenciales como arquitectura, en algunos espacios especiales, de imposible continuidad temática y funcional, como en el espléndido “patio” de entrada, también cerrado por completo al exterior, de la hacienda Martín Navarro en Alcalá de Guadaira.

II UNA TIERRA COMÚN

DIOSES DE LOS CAMPOS

La idea de una continuidad arquitectura urbana – arquitectura rural significa entender la ciudad como un estadio particular, tardío, de un largo proceso de agrupación edilicia producida en algún punto de un territorio continuo y provocado o favorecido por circunstancias especiales geográficas, orográfícas, económicas o sociales. Un río, un vado, un paso, un camino, una fiesta, una querencia, una debilidad, o una fortaleza, defensiva. Esa relación sincrónica horizontal no sustituye, sin duda, otras posibles relaciones diacrónicas de interés a las que tradicionalmente se ha prestado más atención, sin habérseles llegado a encontrar hipótesis definitivas. Entre estas últimas cabe recordar las supuestas genealogías entre las villae romanas, los conjuntos visigodos, las alquerías árabes y las haciendas de olivar o de viñas. También las más genuinas festividades religiosas populares asociadas a lugares específicos parecen ser continuidad de otras ligadas a ritos y celebraciones mucho más antiguas, en relación con otros dioses, pero ligadas a los mismos o próximos lugares. Como si los espíritus del lugar, o el espíritu de los lugares, siguieran marcando los ritmos lentos de apego y desapego social, el peso de la tradición y la resistencia a las rupturas de los sucesivos progresos. Cambian los dioses o sus nombres, pero una fuerza omnipresente y desconocida, más poderosa que Démeter y Ceres, que eran diosas de fertilidad y crecimiento, continúa rigiendo los destinos de algunos sitios. Lugares marcados por la codicia y el deseo, donde siempre todos quisieron vivir. Lugares eternamente marcados por el asedio continuado, por las conquistas y reconquistas, por invasiones amigas y enemigas. Por la sedimentación, estratificación y mestizajes de culturas dispares, siempre a la sombra de sus dioses correspondientes. De nombres distintos de parecidos o los mismos dioses.
Una misma arquitectura rural hacía los pueblos y las ciudades de Andalucía.
Una arquitectura verdaderamente popular, fuera rural o urbana. Nacida del pueblo, hecha por el pueblo, vivida por el pueblo. Una arquitectura sin arquitectos. Una sabiduría y una práctica arquitectónicas que pertenecían a la vida del pueblo, seguramente sin profesionalidad, sin especificidades.
Menor o mayores densidades, ligadas a las economías del suelo y el espacio, eran, por tanto, pautas de transformación. La conquista del espacio urbano, rescatado del ámbito semisecreto del estricto camino laberíntico para convertirlo en espacio público

público de relación social, a donde asomarse, para ser visto, desde al balcón, pueden explicarse desde estos modestos principios físicos de la densidad urbana.

“… Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca de arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.
………
- Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros eso pasó.
>> Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago… 10(R2)

UNA TAPIA, UN CORRAL, UN CUARTO, UNA PUERTA.

Esencialmente, una tapia y una puerta, que al forastero no muestran qué encierran ni que abren, y que son paradigmas de la parte antipática de la arquitectura universal: segregación, separación, discriminación, selección, apartheid y ghetto. Y por tanto: privacidad, propiedad privada.
Estos son los componentes esenciales de la casa andaluza y la casa es el componente de la comunidad habitacional, en sutil adaptación a diversos entornos y circunstancias. En aislamiento (campo) o en agrupaciones, pequeñas (poblados y pueblos) o grandes (ciudades). Pero, aunque no lo muestren, encierran el campo, la naturaleza con todo lo que ella implica. Tierra, vegetación, agua, animales y, desde el cerramiento, personas, que terminarán contaminándolo todo: haciendo del cerrado un corral, para después convertirlo en patio, después en jardín, y finalmente en parque zoológico o temático…
- como las “casas adosadas de una planta” de Mies (1931- 1938), curiosamente llamadas, también, casas–patio, de las que solo se construye la pequeña Lemcke (1932), a cuyo grupo pertenece la proyectada para sí mismo en el Tirol austriaco

(1934), y donde resplandecen, sobre todo, dos modos particulares propios del autor: el dominio del espacio en su entidad dimensional y en su configuración fluente y continua. La primera de ellas no fue infrecuente en la arquitectura popular andaluza; la segunda lo fue absolutamente a través del predominio de lo que yo he llamado en otra ocasión el proyecto “conventual” 11(JRS1) de grandes espacios autónomos entre sí; y en esos patios miesianos, neoplasticistas y mondrianos, ¿qué nos impide imaginar una familia de gallos y gallinas ponederas, una pareja de cerdos y alguna vaca de leche, como si a sus pautados ritmos ortogonales superponiéramos las imágenes urbanas, pero al mismo tiempo tan cabalmente rurales, del Vermeer de “La Ruelle” (1661, Rijksmuseum) que tan bien interpretó Siza en sus fachadas manchadas de blanco de La Haya;

- como la propia arquitectura conventual extramuros, tan usada en Andalucía como medio de colonización y control territorial en largos tiempos de frontera. Desde la idea de eremo aislado en la naturaleza a la de cenobio comunitario, donde la celda cartuja ocupa un lugar tan especial: vivienda privada de seis habitaciones, huerta (corral) igualmente privada, tapia (y medianeras) y una puerta. He conocido huertas todavía vividas por cartujos que eran un vergel y otras que eran un páramo desierto y polvoriento, quizá en secreta vindicación del desierto vivido por San Jerónimo como suprema y sureña idea de paisaje cultural, equilibrando la imagen norteña del paraíso frondoso de los Patinir y Altdorfer.
Cuando la casa de la densidad pierde, finalmente, sus propios espacios abiertos (naturaleza) (corrales), en momentos precisos de dominio aragonés sobre gran parte de la península italiana, los modelos a la vista (de muy pocos, afortunados, españoles y aún menos andaluces) podían ser italianos. Aparece el patio de arcos y columnas, elemento repetido en loggias y galerías y aparece, igualmente, la portada que, por primera vez, anuncia en la ciudad la presencia, antes secreta, de la casa.
Es verdad que hubo (pocos) patios anteriores, pero bien distintos en su todavía proximidad al corral ajardinado trasero y de configuración predominantemente muraria, como se ve en el Patio del Yeso alcazareño. Algunos patios de la Alambra granadina son coetáneos de los de la Cartuja sevillana, donde se repiten sus fustes rectos y resbalados. Y no es verdad que el patio andaluz de arcos y columnas genovesas sea trasunto de los grandes patios italianos manieristas, más o menos coetáneos y que serían dibujados por Rubens, ni por morfología, ni por escala, ni por configuración compositiva. Los patios de la Strada Nuova, y la misma calle en sí, no

pueden ser más antisevillanos de espíritu y de hecho, o, si se quiere, justo al contrario. Las diferencias se agrandan si recurrimos a ejemplos anteriores (Urbino, la Cancillería y el Farnesio romanos, etc., incluso a otros de más modestas proporciones, como la también romana Sta. Mª della Pace o los casi rurales, traseros, de Pienza). Pobre Vandelvira e, incluso, pobre Hernán Ruiz II. Solo el Machuca del palacio granadino, si nos agarrásemos a la piadosa tradición de que efectivamente fue suyo, parece realmente haber bebido el agua de la lejana fuente que brotaba de las ruinas antiguas. No hay duda de que en las arquitecturas que mal pudiéramos llamar menores italianas, diseminadas por la península y en más íntimo contacto con otra también rural, y donde permanecen las funciones constructivas pero se desdibujan o desaparecen sus condiciones formales y compositivas, pueden encontrarse numerosos ejemplos de uso del sistema arqueado, con fustes de mármol y proporciones mas variadas y heterodoxas que los podrían convertir en antecedentes, en todo caso ilustrados, de los extendidos usos de que fueron objeto en la arquitectura popular de, al menos, la mitad occidental andaluza. En Andalucía su eficacia vendría condicionada, en parte, a la escasez de madera autóctona que dificultaría el uso de otras soluciones adinteladas. Es verdad que ese amplio conjunto de ejemplares itálicos menores quedaban fuera de los mecanismos de publicación y transmisión tratadística, que, como sabemos, fue la vía, más que el viaje y la experiencia directa, rarísimos, de información y conocimiento de lo que acontecía en las arquitecturas italianas. De manera que las relaciones entre ambos universos permanecen todavía oscuras o desconocidas.
Otra historia paralela y entretejida con la anterior, al menos en los primeros tiempos, fue la supervivencia de modelos propios de la arquitectura islámica, primero reproducidos en lo que se ha venido entendiendo como mudéjar y mudejarismo y después continuado en largas prácticas satélites. Siempre he defendido que el mudéjar, más que un estilo es, en efecto, una práctica española de asimilación y arrastre, de mezclas y mestizajes más o menos acríticos, que caracteriza a la arquitectura española a lo largo de toda su historia, mal confundiéndose, en su momento, con movimientos historicistas de pálpito europeo. La pervivencia, en la arquitectura popular granadina y cordobesa, de modelos de galerías adinteladas, debe ser entendida dentro de esta tradición, quizá con huellas lejanas y problemáticas de arquitecturas provinciales romanas en su tratamiento de temas domésticos. Igualmente pertenecería a este ámbito de relaciones la existencia de soluciones de

pilares de fábrica, junto a las de columnas de mármol, en vicisitudes bien ejemplificadas por las intervenciones de tiempo de Carlos I en el Alcázar de Sevilla. En tierras escasas de madera y piedra, los sistemas constructivos que permitían el predominio de otros materiales locales, como el ladrillo en roscas para arcadas, solucionaban las trasmisiones verticales en espacios extensos de cierta diafanidad.

III PAREDES DEL CAMPO

TAPIAS

El prototipo universal de la tapia se confunde en la memoria de los tiempos con la muralla defensiva más o menos urbana, en territorio fronterizo. Siendo, por tanto, la defensa el otro fundamento, junto al velo de clausura, de su esencia arquitectónica. Quizá ocultamiento y defensa, camuflaje, sean, en ocasiones, una misma cosa.
Muralla y frontera. Límite y confín.
Aunque han existido tapias legendarias de trazado misterioso aparentemente autónomo (muralla almohade sevillana, por ejemplo), la tapia generalmente se traza, se define, desde el interior para ser, inmediatamente, definición del espacio ajeno, exterior: el campo, la calle.
Las tapias altas tienen la cualidad de confundir por completo los lugares que cierran corrales con los que cierran habitación, cuando las habitaciones no necesitan ventanas que las rompan. Las palmeras, como en la casa del Profeta, son, frecuentemente, los únicos signos visibles desde fuera que denoten espacios abiertos interiores. La palmera, y las palmas, por otro lado, fueron también metáfora del más elemental interior en el puro desierto (sombrajo, sombra).
Tapias y vallas. Pasos y vistas. Cercas y cercados. Enrejados. Tapiar y emparedar. Emparedado. Emparedar un vivo o un muerto, Tapiar una puerta, tapiar una habitación.
Las mismas tapias rurales, de tapiar campo, que ya son arquitectura (Mies) tapian todas las arquitecturas rurales y tapian los pueblos y las ciudades. Tapias urbanas esenciales para camuflar la casa. Laberintos de confusión. Tapias todavía milagrosamente en pié, tapias sevillanas de Santa Paula, de Bucarelli. Tapias rurales de la Compañía de Carmona, granadinas de la Casería de Sta. Ana, en Pinos Puente (G 275), cordobesas de los cortijos de la Reina, Córdoba (C 368), de El Donadío Córdoba (C 407), del de La Meca, Adamuz (C 425)…

Tapias que suben y bajan y otras como rayas horizontales subrayando el horizonte. Tapias en las sierras y en las campiñas.

Muros y paredes que se hunden en el suelo y desde el suelo emergen, alargándose en el infinito del campo. De nuevo aparece el joven Mies como el más campero de los arquitectos del primer Movimiento Moderno.
Arquitecturas mínimas.
Siguen pareciéndome de interés las tempranas referencias que tanto a las tapias como al corral, así como a las escasas casas con patio, se recogen en el estudio que Rodríguez Becerra dedica al Aljarafe sevillano 12(RB).

UNA PUERTA

Un agujero. De dimensiones suficientes para los pasos: de personas, animales y artilugios varios…
Todavía sobreviven en la arquitectura rural andaluza agujeros puros. Raros y escasos, que bien podrían haber sido declarados Bienes de Interés Cultural, (en vez de otras tonterías protegidas), como los agujeros del Molino del Marqués de Lendínez en Castro del Río.
Pero hay un tiempo histórico cuando algunas defensas pierden sentido y es sustituida por el énfasis en olvidar el ocultamiento de la arquitectura para reforzar los signos de su presencia, de su existencia. Y sobre un tejido donde a veces la puerta era el único elemento de contacto (de roce, de paso) entre la casa y la ciudad, entre la casa y el campo, la puerta se convierte en depositaria de casi todos los estigmas que la doten de aparición urbana, hasta llegar, en ocasiones, al paroxismo de un mudo vocerío, donde la parafernalia “barroca” pone a prueba sus recursos.
En realidad, la conversión de la puerta en portada, el agujero (negativo) transfigurado en cartel y altavoz (positivo) es un fenómeno característico del anterior S. XVI (disolución islámica - anclaje italoeuropeo), aunque existan interesantes casos cordobeses de portadas urbanas en piedra, de herencia gótica castellana, anteriores, y la fachada mudéjar al patio de la Montería del Alcázar sevillano sería otro legendario antecedente de dichas apariciones de la casa hacia fuera, aunque en este caso, en realidad más complejo, sea hacia un afuera interior. Siendo, por tanto, la puerta, tal vez el primero de los componentes de esta arquitectura popular donde empieza a

a asentarse el síndrome, pretencioso y patético, de las Altas Artes y que poco a poco, iría extendiéndose hasta alcanzar, en los alrededores de la ciudad andaluza, por antonomasia, de las AA. AA., Sevilla, la totalidad de los asentamientos.

Como percibieron y apuntaron algunos visitantes extranjeros de la época, la aparición de portadas urbanas, algunas de ellas, al parecer, compradas y traídas de talleres italianos, fue un elemento emblemático, aunque no el único, de la apertura de la tapia a la calle. Pilatos, Mañara, Monsalves, Guzmán el Bueno, Sta. Clara, son algunos de los numerosos ejemplos sevillanos de portadas en mármol, en la mayoría de los casos simplemente superpuestas a la estructura tapial anterior, sin intermediación de un proyecto unitario de fachada nueva, lo que le confiere a estas arquitecturas un carácter especial y distinto de los ejemplos, quizá italianos, a los que tal vez pretendían emular. El caso de Dueñas es, de nuevo, singular, al mantenerse todos los objetivos señalados pero recurriéndose a una sencilla portada de raigambre popular aunque de dimensiones considerables, donde parecería como si se tratase de reproducir, en modesta fábrica enfoscada los cultos órdenes clásicos reproducidos con mármoles italianos de la fachada de Pilatos.
Nuevamente la similitud o reflejo entre la arquitectura urbana y la rural es completa. Desde este punto preciso (puerta - portada) es posible aventurar una lectura doble bifurcada de sucesivos acontecimientos. Mientras que la aparición de la portada en la arquitectura doméstica urbana puede considerarse un momento del proceso de paulatina aparición de la entera fachada, con ventanas, cierros y balcones, etc, como genérica respuesta a la paulatina densificación y adopción de formas europeas, con diversas fortunas, la aparición de las portadas en la arquitectura rural solo puede ser considerada como el inicio de adopción de fórmulas urbanas sin contenido funcional pero sí suministradoras de representatividad social, y. por tanto, de inicio de un proceso ya imparable de descomposición de los elementos más interesantes de lo rural (sobriedad, funcionalidad, rotundidad volumétrica, adecuación constructiva, extrema economía de medios, etc.) que encontrará en las arquitecturas de las haciendas, como veremos, el nivel más bajo de interés de la arquitectura rural andaluza.

UN CORRAL

Corral, del latín currale: espacio cerrado y descubierto donde se aproxima el cumplimiento del perdido destino universal de paraíso en el que convivían todos los animales, los racionales y los irracionales. Corral, currale, currus (carro).
Cortijo, del latín cohorticulum (cohors = patio, corral)
Qurralat ( en las juderías, según documentos mozárabes citados por Torres Balbás)
Cor-ral, cor-tile (it.), co-ur (fr.), co-urt (ing.), cor-ralito (arg.), acorralar. Cortar. Cortado.
Cortile, cortijo. Corticella.
Corral de vecinos. Animales salvajes y domésticos. Domesticados. “Patio” con entrada única y viviendas en torno. Corrala madrileña. Corro. Correr. Corrida de toros. Corrales de la plaza. Correa, cornamenta y corazón.
Corrimiento. Correlato y correlación.
Espacio natural y espacio artificial. Naturaleza y artificio. Medio ambiente. W. Morris.
Abierto, cerrado, cubierto, descubierto. Luces y sombras. Sombrajo y palio.
Cerrado, vallado, tapiado. Público y privado. Secreto. Clausura, claustro. Jaula.
Cárcel y jardín. Enjaulado.
La idea, y no solo el término, de corral, parece mantenerse en la denominación genérica de arquitecturas rurales y agrícolas andaluzas antes de la eclosión reciente de textos especializados. Corral Nuevo y Corral Viejo eran los nombres con los que dos de los molinos que el Señor de Aguilar, Marqués de Priego y Duque de Medinaceli poseía en Aguilar de la Frontera, eran recogidos en sus inventarios de finales del XVIII y principios del XIX.
(Patio). Sin embargo, hasta los textos de estos venerables volúmenes insisten, una y otra vez en denominar patios a los más variopintos espacios cerrados y descubiertos interiores.
Feduchi, en contra de lo aquí defendido, dice que el patio es elemento sin el cual no se concibe la casa andaluza en general y los clasifica en los tres tipos siguientes: frívolos (los sevillanos), serios y graves (los cordobeses), alegres y ajardinados (los granadinos). Aclarando que estas diferencias solo son ligeros matices de luces y sombras o de ornamentación 13(LF2).
Para Torres Balbás, la frecuencia del patio o patizuelo, al contrario del corral, es una diferenciación entre las Andalucías alta y baja, llamando la atención sobre su rareza

su rareza en la primera “a pesar de la creencia corriente”. Pero, a continuación, refiriéndose a la segunda, dice: el patio, siempre pequeño y muy limpio, a veces queda reducido a un corral, embaldosado, convertido por las mujeres en jardín rústico” 14(TB3).
Para Flores, el patio es “el recinto más característico de la casa gaditana, elemento que puede faltar en algunas, pocas, comarcas o transformarse en corral en ciertos casos, especialmente en las zonas serranas” 15(CF2).
Las relaciones conceptuales entre corral, patio y jardín son, por tanto, de interés en el tema que nos ocupa. Independientemente de sus derivadas dimensionales y figurativas, interesan, sobre todo sus funciones, sus cometidos, sus intenciones, como partes de unas arquitecturas finalmente muy determinadas por ellas. Ya hemos señalado en otra ocasión cómo el patio de la llamada casa-patio es respuesta a las condiciones de extrema densificación espacial a la que la final ocupación completa del recinto murado sevillano (S. XIX) redujo a la casa, justo en paralelo al surgimiento de una incipiente casa burguesa y romántica. Ese patio, perfectamente ajeno a los patios corrales del XVI, ejemplificados en tantos conventos “en desmesura”, a pesar de los arcos y columnas coincidentes, era, por primera y precaria vez, corazón y pulmón de la constreñida casa. La entrada recta y transparente desde la calle no fue sino otra inevitable solución de emergencia impuesta por la densidad. Y ambas, justamente inútiles en las arquitecturas rurales poco densas, pudieron alcanzar naturaleza ideológica propia, terminando por adoptarse como mecanismos folclóricos autónomos. Las macetas, minúsculos parterres en los minúsculos patios suministran la idea de un jardín perdido. Un jardín botánico (Godoy-Malaspina en Sanlúcar de Barrameda, heredero de los anteriores, plenamente domésticos, como el de Monardes en Sierpes) planteaba de manera explícita las latentes relaciones rurales, y no solo económicas y logísticas, de Andalucía con América, Un jardín zoológico (no parque) reúne las contradicciones nostálgicas de un paraíso definitivamente irrecuperable, cuando se tiene conciencia y noticia de un imperio perdido.

UN CUARTO, UNA NAVE

Dos nombres misteriosos de larguísima andadura andaluza. Uno, de cúbica y fragmentada musicalidad; otro de viejas resonancias marineras, tan enraizado, por otra parte, en la nomenclatura arquitectónica de la iglesia. Parte de un todo desconocido, quizá perdido; forma marina de nave invertida, barca abandonada, varada o hundida en las arenas de las tierras que antes fueron mar.

Que han servido para denominar las piezas esenciales del espacio interior, cerrado y cubierto, con las que ha sido configurada tradicionalmente esta arquitectura popular y rural. Esas palabras y esas nociones, sin embargo, no son apenas usadas en la moderna nomenclatura específica, seguramente, como en tantos otros casos, por influencia norteña. Estas son las unidades espaciales de clausura con las que se construyen todas las agrupaciones posibles, desde las aisladas por completo (para Torres Balbás, todas las edificaciones rurales aisladas andaluzas son cortijos) a las agrupaciones más complejas. A este respecto, cabe señalar las relaciones de interés que pudieran establecerse entre ellas y otras nombres-ideas próximas, como serían:
- nave – cuarto; con implicaciones proporcionales (predominio o no de una de las dos dimensiones en planta sobre las dos restantes); dimensionales y funcionales (cuarto en la arquitectura doméstica y nave en la arquitectura del trabajo); La cubierta a una o dos aguas, de caballete paralelo a fachada, que suministra el característico perfil horizontal de la misma, indica la existencia de una cierta condición paralela a la calle en el interior. Solo el corral trasero puede aportar tal circunstancia.
- nave – galería; con énfasis en los sistemas de clausura; cerrada, semicerrada, semiabierta, como si fuesen dibujadas con líneas continuas, con líneas de trazos, con líneas de puntos, etc., en infinitas soluciones de segregación y continuidad espacial transversal, predominantemente asimétricas.
- naves – nave o naves en paralelo; con énfasis en los sistemas diafrágmicos longitudinales, en los que la gama de soluciones es completa desde la completa independencia que suministra el muro continuo, a las sucesivas aperturas suministradas por sucesión de huecos hasta alcanzar la extrema y sublime condición cordobesa de sala pseudohipóstila, para producir, creo yo, a través de un cúmulo de ampliaciones y reformas sucesivas, la más importante arquitectura española de todos los tiempos.
En el ámbito rural puede apreciarse los diferentes papeles jugados por la arcada de pilares de fábrica, en la que el muro superior baja, horadado, hasta el suelo, y por la arcada de columnas de piedra, raramente de ladrillos, donde el muro queda colgado sobre los fustes cilíndricos que casi eliminan la frontera común a las dos naves. El Molino El Vallón, El Madroñal (Montoro) y el Molino de San Fernando (El Carpio) son ejemplos casi en paralelo y bien ilustrativos de ambos casos. No es frecuente ni obligada la considerable escala del primero ni las resonancias cultas del segundo.
La diversa componente dimensional debería aportar, en este sentido, datos de interés.

Arquitecturas corraleras 1

En general, se ha subrayado la pequeñez de los recintos básicos de habitación, seguramente en consecuencia con las dimensiones mínimas de las viviendas urbanas islámicas. Si la evolución antropométrica andaluza genérica tuviese alguna evocación, aunque fuese poética, desde los tamaños de sus recintos, recordemos que Carlos Flores, citando a Sermet, afirma: “Los tartesios, que ocupaban fundamentalmente las zonas marítimas y la depresión del Guadalquivir, parecen que correspondían a un tipo alto, delgado y moreno, que se ha mantenido en Andalucía al correr de los siglos… (Para Sermet), la ocupación romana y visigoda alcanzaron solo escasa importancia desde el punto de vista étnico, mientras que de la variada aportación musulmana la que cuenta verdaderamente es la de origen berberisco” 16(CF3).
Cuando los animales de corral, que eran parte del animal que fuimos y todavía somos, levantaron el vuelo después de ser por nosotros abandonados, la ciudad perdida crecía en su esponjamiento interior, hinchada de nuevos flujos desconocidos y la casa popular que eran las celdas de su tejido, se retorcían y contraían sobre sí mismas y se transfiguraban en crisálidas con las caras pintadas y sonrisas fingidas.

IV INJERTOS MORTALES

LAS HACIENDAS DEL BAJO GUADALQUIVIR Y EL SÍNDROME DEL PASTICHE ARTÍSTICO (SPA)

La arquitectura de las haciendas de olivar, frecuentemente considerada paradigma de toda la arquitectura rural andaluza, siguiéndose, al parecer, las tópicas consideraciones de Sancho Corbacho 17(SC), exponente tardío del SPA sevillano, encierra, en mi opinión, un doble significado. Por una parte, final de un largo proceso de contenido funcional especializado, que parece alcanzar su mayor interés a finales del S. XVIII, sin aportes significativos durante la incipiente industrialización de los SS. XIX y XX. Por otro, como germen y metástasis de un proceso degenerativo que partiendo de una edilicia rural y popular característica, del mayor interés, asumirá la incorporación de la residencia señorial del propietario, con todos sus estigmas de pasado y, sobre todo, sus pretensiones de futuro, y devendrá, finalmente, en un banal engendro urbano-palaciego-campestre que terminará contaminando y pervirtiendo a la mayor parte de la arquitectura rural andaluza.

Ya Carlos Flores, en el texto citado, da cuenta de percibir ese foso profundo, y un tanto misterioso, entre la arquitectura rural y la de la hacienda, y trata de explicarlo diciendo: ni la hacienda, ni el cortijo, son arquitectura popular. Sin embargo, más adelante, no puede dejar de reconocer la pervivencia de haciendas de estricto carácter rural, ligándolas al fenómeno del absentismo económico, y su mismo magnífico trabajo fotográfico de buena noticia de ello 18(CF4).
Rural y popular. Como si los estigmas de clase que deposita la proximidad de la propiedad, tan explotados en la mitología e imaginario social, hayan tendido un velo que enmascarara la legitimidad de miembros de la misma familia.
Paradójicamente, es la propiedad que, aunque privada, pudiera arrastrar menos sellos de privacidad, como sería la de los Cabildos y órdenes religiosas, particularmente, en este caso, la Compañía de Jesús, de la que podrían extraerse documentos insustituibles para conocer esta evolución histórica entre lo popular y lo “señorial”, que marca la historia de la arquitectura agraria andaluza.
La hacienda del Bajo Guadalquivir parece ser, en este sentido, la arquitectura más significativa. Es, como se ha señalado repetidamente, contenedora de un notable complejo funcional que exigía un igualmente notable complejo arquitectónico que implicaba un número alto de elementos distintos relativamente autónomos, capaces de evolucionar y transformarse independientemente. La hacienda se convierte, así, en un microcosmos laboratorio donde resolver las demandas producidas por la necesidad de hacer visible la proximidad propietario-explotación en un momento de coincidencia de la máxima eclosión de la moderna producción oleícola con la aparición de una nueva clase burguesa que terminará probando su ímpetu emprendedor con las excepcionales oportunidades devenidas de las desamortizaciones eclesiásticas.
Algunas de las circunstancias que confluyeron en este proceso fueron:
- Barroco y barroquismo. La ya consolidada contribución del universo “barroco”, que en las versiones locales parece no haber tenido principio y no tener, aún, fin, en las últimas arquitecturas urbanas de la región, con independencia de actuar sobre obras nuevas o en complejos existentes. Las portadas, fachadas, patios y escaleras serán sus elementos más significativos, sin excluirse algún raro proyecto interior, pero más bien conservándose los austeros interiores desnudos del proyecto conventual, que hará tan distinta la casa-palacio andaluza de otras también periféricas europeas contemporáneas, también de profundas raíces rurales, como sería el caso de los palacios urbanos sicilianos, de proyectos relativamente más globales y unitarios.

- América. La definitiva influencia americana, tan evidente desde los puntos de vistas figurativos, pero, sobre todo, económicos y sociológicos. Habida cuenta de la relativa poca extensión de las fincas olivareras andaluzas, y su frecuente conexión con actividades de indianos enriquecidos en América, se ha especulado con la hipótesis de ser la hacienda, a partir del S. XVI pero, sobre todo, de los SS. XVIII y XIX, verdaderos aparatos de visibilidad y presencia social en su nuevo entorno metropolitano, al que no sería ajena la coincidencia de otros agentes como sería, especialmente, la Compañía de Jesús. Aunque la especialización productiva y manufacturera de las haciendas de la Nueva España la convirtiera en máquinas funcional y tipológicamente diversificadas, es frecuente encontrar intenciones y formalizaciones comunes, como si pertenecieran a la misma gran familia. Las portadas, las zonas residenciales, los patios y galerías, etc. se convierten, una vez más, en temas recurrentes. Incluso la permanencia de genealogías antiguas derivadas del mundo rural no harían sino reforzar ese común universo. Es verdad que, sobre todo en el XIX, como reacción contra la dependencia española recién eliminada, fueron otros los horizontes a los que pareció atender la evolución de la arquitectura hacendística mexicana, como si el espíritu de Maximiliano hubiese quedado vagando en los campos de su efímero imperio. Un imperio al que, por cierto, el propio Montpensier había presentado su candidatura.19
- Historicismos. No solo barroco. En una sociedad como la andaluza, económicamente lastrada y con el alto déficit de clasicidad común a la mayor parte de la cultura española, la eclosión europea de los historicismos de finales del XVIII y XIX no podía alcanzar el carácter revulsivo y de búsqueda que le fue propio, pero, en cierta medida, fue utilizado superficialmente como confuso factor de segregación y camuflaje de lo popular en manos de la burguesía post-desamortización. Las capillas irán, así, aparejadas a todo tipo de artilugios comerciales e identitarios para sortear la amenaza de la excomunión. El tenue, pero persistente, y extravagante rastro de capillas neogóticas, neomudéjares o neoclásicas no puede ser considerado ni tendencia estilística, ni peligroso síntoma de pérdida de identidad. Quizá sí el reconocimiento de una nueva y exógena función raramente servida desde la propia arquitectura doméstica rural. Y no será la capilla el único elemento que jugará este papel de convidado de piedra. También la torre-mirador, como antes el patio y el jardín y, sobre todo, las portadas, serán elementos que irán poco a poco, transformando la ruralidad en una nueva identidad de distintas connotaciones entre las que la representatividad social, con todos sus paradigmas figurativos, ocupará un lugar primordial.

Arquitecturas corraleras 1

A pesar del tardío doble esfuerzo de Montpensier por fomentar una supuesta tradición interior, la mudéjar, como estilo doméstico (Castilleja de la Cuesta, Sanlúcar) y de una exterior, el culto y europeo neogótico, para lo religioso (Chipiona), en realidad, ambos eran estilos completamente ajenos a los conservadores usos arquitectónicos locales, donde la memoria y la presencia de un confuso y difuso tardo barroco adaptado a los usos constructivos autóctonos, cumplirá su función clave de predominante referencia formal y figurativa.
- Función y símbolo. Ya han sido señaladas las posibles diferencias entre haciendas antiguas pertenecientes a la alta nobleza o a la Iglesia, anteriores al XVI, y las nuevas de nobleza baja, comerciantes, indianos, profesionales burgueses, etc., así como la frecuente poca extensión de sus superficies, en curioso reflejo con la documentada pequeñez de las explotaciones oleícolas y vinateras musulmanas andaluzas. Hasta el punto de llegarse a considerar como económicamente insostenibles, en muchos casos, debido a sus escasas dimensiones, como si su rentabilidad no fuera imprescindible. Si finalmente quedase confirmada la existencia de primitivas haciendas de olivar sin rastro de señorío, como podría ser el caso de las antiguas pertenecientes al Cabildo sevillano, y el hecho de su supuesta gestión en arrendamiento no parece modificar el argumento, sería, me parece, una prueba significativa de que la evolución figurativa y espacial de las haciendas del Bajo Guadalquivir no está dictada por imperativos de su supuesta autonomía funcional, como tantas veces se ha defendido, sino por otros, mas complejos, en los que los mecanismos de representabilidad social fuesen determinantes.

El ejemplo “afortunado” de la hacienda suroocidental, tan glosado en las “artes” del SPA a las que ella aspira, en enmarañado proceso de retroalimentación, como la pintura, la literatura, el cine, el teatro… se convierte en un modelo que parece alcanzar a casi la totalidad de la arquitectura popular, rural, agrícola, andaluza.Casi nada se escapa, Casi ni siquiera el mero desierto, Almería, y aquí de nuevo resuenan las palabras de William Morris, parecen haber ofrecido suficiente frontera a esta irresistible atracción fatal.
¿Puede ser ese destino de transformación desde lo popular hacia el pastiche pseudo artístico, pretencioso y falso antiguo, SPA, entendido como parte de un proceso “natural” de desarrollo histórico y sociológico de estas arquitecturas, en íntima conexión y respuesta al resto de circunstancias de la sociedad a la que pertenecen? ¿O es, finalmente, la triste realidad de una inexorable muerte anunciada? ¿Son, quizá, ambas cosas?

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V ESTADO Y DESTINO

En 1934, Torres Balbás escribía: “Andalucía es una comarca donde aproximadamente el 80 por 100 de la población económicamente activa vive del campo, y en la que, salvo pequeños núcleos urbanos, la mayoría de los que trabajan la tierra no tienen un pedazo de ella, sino que son jornaleros sin jornal. Para el andaluz, el destino, la fatalidad, lo es todo y el valor de la voluntad casi nulo”.20 (TB2)
Finalmente, quizá no sea ajeno al interés que esta pobre arquitectura popular todavía pueda suscitarnos el hecho de su precaria supervivencia y más que problemático destino.
Una arquitectura huérfana y abandonada a su suerte, ya desprovista de los lazos que la unían a su entorno social y geográfico, tan problemático, del que había nacido y en el que se había desarrollado, convirtiéndola en parte misma de un paisaje productivo, físico y emocional y factor primordial de los ámbitos rurales sureños.
Una arquitectura pobre de materiales y sistemas constructivos que, una vez abandonada y sin uso, desaparece en poco tiempo, disuelta en el aire, en la lluvia, en el sol y de de la que ha sido arrancado el único material, la teja árabe de barro cocido, susceptible de ser reutilizado, y potenciándose así el radical y vertiginoso proceso de deterioro y ruina física.
Salvo casos excepcionales, la alienación entre arquitectura rural y usos agrícolas parece un presente generalizado y un destino irreversible. Aunque en ciertas arquitecturas pudieran mantenerse actividades relacionadas con la agricultura, los cambios de sistemas productivos, económicos y sociales suponen, y supondrán, diferencias notables con aquellos usos que determinaron sus antiguas configuraciones, aun aceptando el hecho de tratarse de arquitecturas en general de poca especialización funcional, excepto aquellos locales específicos de molinos y lagares.
De modo que es difícil imaginar vías de solución, que necesariamente deberán ser de carácter utilitario y no museístico, que aporten salidas de supervivencia. En la actualidad, el uso hotelero parece haberse generalizado en las rehabilitaciones llevadas a cabo, muchas de ellas destinadas a convertir la arquitectura agrícola en albergues rurales, locales de celebraciones y hoteles con supuesto encanto. En general, debe reconocerse que con deplorables resultados, casi siempre en el camino de potenciar e implementar los caracteres de folclorismo, banalidad y ostentación en mayor o menor medida latentes de antiguo en la arquitectura de las haciendas.

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Cuando decimos que el uso museístico tampoco puede ser la solución mayoritaria, quiere decirse que convertir la arquitectura rural en museos (etnográficos, del aceite, de interpretación del sitio, de la fauna y la flora, etc.) no puede ser el camino de supervivencia. La vía de la rehabilitación implicará, seguramente, la introducción de nuevos usos, ajenos a los originales. La relación entre ambos sistemas funcionales, el antiguo y el nuevo, su grado de compatibilidad y de necesaria violencia, serán factores determinantes, pero no suficientes. En realidad, cada caso será un universo propio e independiente y mientras más importante sea la arquitectura de partida, mayor entidad y autonomía habrá de reconocérsele. De lo que se infiere la dificultad de formular principios y normas universales o de cierta generalidad.
Solamente el proyecto contemporáneo de calidad podrá aportar la necesaria racionalidad y eficacia arquitectónica, entre la continuidad histórica y la transversalidad económica y social que garantice algún tipo de supervivencia.
Hagamos votos para que estos libros, cuya publicación ahora culmina la feliz iniciativa de la antigua Dirección General de Arquitectura y Vivienda de la Consejería de Obras Públicas, de la Junta de Andalucía, no sean solo el magnífico documento de una arquitectura muerta y desaparecida, sino una llamada de atención sobre una rica realidad cultural andaluza y un activo factor de conocimiento, tutela, proyecto y transformación de la misma.

1 Ortega y Gasset, José, “VIAJES Y PAISES”, 1968, pág. 10. Citado en Feduchi, Luis “ITINERARIOS DE ARQUITECTURA POPULAR ESPAÑOLA”, Ed. Blume, Barcelona, 1978.

2 Feduchi, Luis “ITINERARIOS DE ARQUITECTURA POPULAR ESPAÑOLA”, Ed. Blume, Barcelona, 1978.
Cinco tomos: I, La Meseta Septentrional; II, La orla Cantábrica – La España del Hórreo; III, Los Antiguos Reinos de las Cuatro Barras; IV, La España Meridional – Los Pueblos Blancos; y V, La Meseta Central – La Mancha, del Guadiana al Mar.
Feduchi muere tras la publicación del tercer volumen, ya con toda la obra esencialmente concluida. En el volumen donde se recoge la arquitectura andaluza trabajan, entre otros, Fernando Borrego y Jesús Temprano. En el último volumen es muy importante la participación de su hijo Javier Feduchi.
Las tipologías que utiliza para analizar la arquitectura popular andaluza son:
1, los chozos; 2, las cuevas; 3, las casas “de sierra” y “de campiña”; 4, la casa con terrado; y 5, el cortijo.

3 Flores, Carlos “ARQUITECTURA POPULAR ESPAÑOLA”. Ed. Aquilar, Madrid, 1973.
Trabajo planteado inicialmente en cuatro volúmenes: I y II, Arquitecturas del Norte; III, Arquitecturas del interior; y IV, Andalucía y Levante. Posteriormente se decidió añadir un quinto volumen con índices topográficos.
Los criterios utilizados, según declaración del propio autor, para agrupar Andalucía y Levante, fueron “el mar y el sol” de ambas regiones, o, con otras palabras también suyas, “el sol y la luz”.
Flores señala, en primer lugar, la diversidad y multiplicidad de la arquitectura popular andaluza, contra “la creencia tan común, …en esa imagen tópica… compuesta de rejas, macetas, patios y fachadas inmaculadamente blancas” (pág. 48).

4 García Mercadal, Fernando “LA CASA POPULAR EN ESPAÑA”, 1930.

5 Anasagasti, Teodoro de, “Arquitectura popular”, Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 24 de marzo de 1929.

6 Torres Balbás, Leopoldo, LA VIVIENDA POPULAR EN ESPAÑA en “FOLKLORE Y COSTUMBRES DE ESPAÑA”, Director: F. Carreras y Candi, Tomo III. Casa Editorial Alberto Martín, Barcelona, 1934.

Torres Balbás utiliza la siguiente clasificación: Las viviendas rudimentarias; Las viviendas de la España lluviosa; Las viviendas de la España árida. En este último grupo aparecen Castilla, la Navarra árida, regiones altoaragonesas, valle bajo del Ebro, la Alcarria, La Mancha, Extremadura , Andalucía, Levante y Cataluña.
Dentro de las casas andaluzas distingue: las de Andalucía alta; las de la baja; los cortijos; las de terrado; las alpujarreñas; las de terrado de launa; el caserío distinguido y los pueblos.

7 El Inquérito à Arquitectura Regional Portuguesa, realizado entre 1955 y 1960, coordinado por Francisco Keil Amaral y con la presencia, entre otros, de Fernando Távora, dividió la geografía portuguesa en seis sectores (Minho, Trás-os-montes, Beiras, Extremadura, Alentejo y Algarve), de cada uno de los cuales se encargó un equipo de arquitectos que utilizó criterios autónomos y diversos de análisis, unos más atentos a morfologías y configuraciones y otros a estructuras tipológicas. Fue editado en 1961 como ARQUITECTURA POPULAR EN PORTUGAL, con siguientes ediciones, y peor calidad fotográfica, en 1980 y 1988.

8 Rulfo, Juan, “EL LLANO EN LLAMAS”, Paso del Norte. Ed. Anagrama, Barcelona, 1993.

9 Roma y Fez , dos verdaderas cunas de civilización, de donde venimos y lo que somos. Pero, de nuevo, donde la densidad debe considerarse factor clave de entendimiento y consideración. La Roma doméstica pompeyana, prototipo arquitectónico ilustrado, debe ser considerado arquitectura básicamente densa, también usado en los ejemplos suburbanos “cultos” de baja densidad (villae), en detrimento de una desconocida y, hasta ahora, desatendida arquitectura romana popular, rural o urbana, a pesar de las deslumbrantes imágenes romanas antonionianas. Una muestra más del destino de la arquitectura popular de cualquier período, de cualquier lugar. Igualmente Fez, clave de tantas derivas andaluzas, no puede sino ser considerada como extremo clásico de la densidad urbana, densidad conceptualmente más densa que la propia producida por el uso privado del suelo

(Manhattan).

10 Rulfo, Juan, Op. Cit., ¡Diles que no me maten!.

11 “LA CASA EN SEVILLA”, Electa y Fundación El Monte, 1996.

12 Rodríguez Becerra, Salvador, “ETNOGRAFÍA DE LA VIVIENDA. EL ALJARAFE DE SEVILLA”. Publicaciones del Seminario de Antropología Americana de la Universidad de Sevilla, Vol. 11, 1973.

13 Feduchi, Op. Cit. pág. 20.

14 OP. Cit., págs. 456 y 462.

15 Op. Cit., pág. 75.

16 Flores, Carlos, Op. Cit., pág. 34.

17 Sancho Corbacho, Antonio, “HACIENDAS Y CORTIKOS SEVILLANOS” Ediciones del Patronato de Cultura de la Excma. Diputación Provincial de Sevilla, 1951.
Sancho, en su connivencia con la deriva historicista de la arquitectura sevillana y de su correspondiente “estilo”, llega a afirmar que las haciendas son las construcciones que caracterizan la arquitectura rústica de la región. El mismo Carlos Flores, citándolo, hace esfuerzos por entender la afirmación en el contexto de forzadas delimitaciones de lo que puede, y lo que no puede, ser considerado como arquitectura popular (Flores, Carlos, Op. Cit., pág. 138).

18 Flores, Carlos, Op. Cit., págs. 93, 100 y 136.

19 Rendón Garcini, Ricardo, Haciendas de México. Fomento Cultural Banamex, A. C., México D. F., 1994.

20 Torres Balbás, L. Op. Cit., pág. 256.

2010  SIERRA DELGADO, José Ramón: "Arquitecturas corraleras".
En AA.VV.: Cortijos, haciendas y lagares en Andalucía.
Consejería de Obras Públicas y Vivienda.